lunes, 22 de febrero de 2016

MALDITAS POLÍTICAS VERDES: EL CARRIL BICI Y EL SAPO

Hace unos días llegó a mis oídos un suceso lamentable que, por triste que sea, es ejemplo de lo chapucera que es la gestión ambiental de nuestras administraciones públicas. Una vez más, el escenario ha sido el Parque Regional del Sureste, en Madrid. Un espacio natural maltratado como pocos en nuestro país, por encontrarse en la zona de influencia de la capital del estado. Prácticamente siempre, los gobiernos municipales de los pueblos del entorno han considerado el Parque como un problema. Lejos de mostrarse orgullosos por su patrimonio natural, han visto con verdadero fastidio las limitaciones que suponía para su modelo de desarrollo. Sin embargo, el triste suceso del que vengo a hablar aquí es aún más patético porque obedece a la más absoluta ignorancia y dejadez de nuestros políticos de turno: una obra pública que extingue por completo una especie en un área extensa

Metámonos en materia. Desde 2.015, se da por extinguida la población de sapo común o espinoso (Bufo spinosus) del entorno de San Martín de la Vega. Hasta hace poco considerada una variedad sureña del sapo europeo (Bufo bufo), ahora se sabe que en realidad es un taxón diferente, endémico del Paleártico más occidental (península ibérica y, marginalmente, noroeste de África y sur y centro de Francia). La criatura en cuestión es ésta:


¿Cómo ha podido suceder? ¿Cómo puede extinguirse una especie de especial interés en un área importante de un espacio natural protegido? Pues, aunque parezca increíble, ha bastado con construir un carril-bici.

Hace mucho que sabemos que los anfibios, incluidos las ranas y sapos, son valiosos bioindicadores. En todo el planeta, son uno de los grupos de animales que están desapareciendo más deprisa. También en España. Vulnerables a las prácticas agrícolas intensivas, sensibles a las radiaciones dañinas que atraviesan nuestra atmósfera enferma, aniquilados por enfermedades misteriosas incluso en regiones aparentemente vírgenes, los anfibios se desvanecen en silencio. Y, además, su complejo ciclo vital los expone a numerosos percances en nuestros paisajes llenos de carreteras, coches y asfalto. Si nos centramos en el sapo común, lo primero que debemos saber es que es una especie de vida larga, que madura tarde. Es, por tanto, un ser que confía en su longevidad para adaptarse a los cambios ambientales que puedan darse en su hábitat. Por ejemplo, en caso de sequía, pueden no reproducirse durante varios años si su charca se seca, aunque no importa, porque viven lo suficiente para hacerlo cuando el clima vuelva a la normalidad. No obstante, dado que las charcas adecuadas siempre han sido un bien precioso, muestran una fidelidad instintiva a sus lugares de cría. Eso significa que volverán a su aguazal año tras año para intentar criar, igual que los salmones siempre regresan al río en el que nacieron. Pero no viven en esa laguna, porque los sapos son animales terrestres. De hecho, son muy móviles. Pueden vivir en bosques, matorrales o estepas a km de distancia. Cuando llegan las lluvias de primavera, inician una migración reproductiva hacia su charca, en la que atraviesan obstinadamente casi cualquier obstáculo natural. Sin embargo, desde hace años, muchas poblaciones se han encontrado con que, una primavera, su charca ya no existe. Ha sido cubierta de escombros, o se ha convertido en una nave industrial, o en un vertedero. Los sapos seguirán volviendo cada año, como confiando en que el agua vuelva a aparecer. Hasta que el último muera de viejo. O puede que en su migración se topen con una nueva carretera. Morirán por cientos, aplastados bajo las ruedas de los coches en las noches de lluvia, pero seguirán intentándolo. 

Bueno, por lo menos hasta que a alguien se le ocurra hacer algo ecológico, verde y sostenible, como un carril-bici. Eso es lo que ha pasado en San Martín de la Vega. El único lugar que les quedaba a los sapos para criar se encontraba en la Laguna de Gózquez y, para llegar hasta allí, debían cruzar la carretera M-301. Algo que les resultaba imposible desde la construcción del carril-bici, en 1998, y la posterior instalación de una mediana de hormigón:


En realidad, la situación para los anfibios pasó de negra a apocalíptica cuando, a petición de asociaciones de ciclistas, la Comunidad de Madrid levantó la mediana. Se trataba de salvaguardar la vida de los aficionados a la bicicleta, para que pudieran disfrutar de su afición sin riesgo de atropello. Ante todo, que nada se interponga entre nuestra ciudadanía y el deporte saludable. Desde la construcción del murito (que se extiende a lo largo de decenas de km), varias asociaciones denunciaron la enorme mortalidad que la mediana estaba causando en la población batracios. Atrapados entre la mediana y la carretera, casi todos morían atropellados. Las denuncias tuvieron una escasísima respuesta por parte de las administraciones públicas (¿a quién le importan los sapos? La gente estaba encantada con la sensibilidad ambiental de sus políticos y ese sano impulso a la bici...). Hubo campañas de voluntarios que intentaban ayudar a los animales a cruzar hacia la charca:


Las mortandades sangrientas y masivas llegaron a escandalizar a los vecinos de las inmediaciones, como quedó reflejado en la prensa (Vecinos denuncian el atropello de cientos de sapos en la M-301 por una barrera del carril bici que impide su paso). Sin embargo, desde las administraciones públicas se minimizó la magnitud del problema, asegurándose que se estaban tomando medidas. Vergonzosamente, incluso la revista Quercus, con un pasado militante y crítico, se sumó a esta versión oficial. Por ejemplo, en 2013 este medio publicó un artículo con el título Logran reducir atropellos de sapo común al sur de Madrid. Sí, efectivamente, los atropellos se reducían porque cada año había menos sapos. En 2014, siguieron celebrando lo bien que estaban haciendo las cosas, con titulares como Se actúa en una carretera madrileña para evitar el atropello de sapo común, o Actuación exitosa en una carretera madrileña para evitar atropellos de sapos, en octubre de ese año. Según lo publicado en Quercus, el gobierno madrileño del PP, presidido por Ignacio González, estaba haciendo un magnífico trabajo para proteger el sapo común en el Parque del Sureste. Al parecer, a esta publicación no le interesaban tanto las negativas de la CAM para realizar modificaciones en el carril-bici, tal y como se reflejó en otros medios. Qué bochorno asistir a cómo una revista ecologista se convierte en vocero de las administraciones. 

Y así, en sólo unos años, la población reproductora de sapo en San Martín de la Vega parece haberse extinguido por completo. Sus migraciones primaverales son un recuerdo del pasado. Es lo que se deduce de la ausencia de ejemplares adultos en la ruta migratoria, así como de puestas en la charca. Claro que el caso del sapo espinoso no es más que un ejemplo vistoso de una lista mucho más larga de especies que están desapareciendo en el sureste madrileño. 

Desde aquí, quiero hacer un llamamiento a nuestros gestores públicos, a nuestros concejales y consejeros de medio ambiente, e incluso a nuestros ministros: Por favor, quédense en casa. Me ponen enfermo cada vez que insisten en <<cuidar de la naturaleza>>, u otras expresiones similares e igualmente vomitivas. Dejen de plantar árboles, no hagan más carriles-bici, paren de <<limpiar>> los montes. Quédense en casa a ver documentales sobre el Serengueti. Sea lo que sea a lo que se refieren con <<naturaleza>>, está mucho mejor si la dejan en paz. Me aterra oír a los candidatos de Podemos y otros partidos supuestamente de izquierdas, hablando de la importancia de la <<economía verde>>. Un concepto netamente capitalista y neoliberal, tan engañoso como el desarrollo sostenible. No tienen ni idea de lo que hablan. O probablemente son unos cínicos. Sólo espero que la crisis los deje sin presupuesto para seguir <<ayudando al medio ambiente>> y a sus hábitos de vida saludable.