Sobre su papel destructor, los telediarios nos dan datos espeluznantes sobre la extensión de los montes quemados, e incluso sobre el olor que desprenden y las lágrimas de la gente que vive cerca. Lo que no nos cuentan es que, para las plantas, con frecuencia el fuego no es un fenómeno ni nuevo ni desconocido. Ya había rayos e incendios millones de años antes de que aparecieran los seres humanos y los pirómanos. De hecho, una gran cantidad de especies de plantas han coevolucionado estrechamente con las llamas. En julio de 2007 se quemaron miles de hectáreas de superficie forestal en Gran Canaria. Un desastre, efectivamente. Sin embargo, gran parte de lo que ardió eran pinares de pino canario (Pinus canariensis) y otros tipos de monte dominados por especies como la palmera canaria (Phoenix canariensis), que pueden quemarse sin morir. Tras el paso del fuego, rebrotan. Y más aún, las piñas de pino canario se abren con el calor, por lo que su reproducción puede verse facilitada al aumentar la dispersión de piñones y eliminarse malezas competidoras.
En muchas otras regiones del mundo, los bosques se han adaptado al fuego maravillosamente, hasta tal punto que algunos tipos dependen de éste para sobrevivir. Por ejemplo, en Australia muchas comunidades vegetales de alto valor ecológico necesitan quemarse periódicamente (entre cada 20 ó 50 años) para no languidecer y ser sustituidas por otras más homogéneas y pobres. Algunas especies de plantas en la práctica sólo se reproducen cuando arden. Es el caso de muchas Banksia, que florecen todos los años, pero cuyas cápsulas de semillas sólo se abren al quemarse (único momento en el que liberan su contenido). En Norteamérica, el fuego es importante en el diseño de muchos ecosistemas boscosos, aunque parece especialmente importante el oeste. El monte de tipo mediterráneo de California (llamado localmente "chaparral") se quema naturalmente de forma periódica, y en algunas zonas se recomienda provocar los incendios si no suceden fuegos espontáneos. No obstante, el equilibrio es sutil: el chaparral se cierra y envejece si no se quema durante mucho tiempo (perdiendo biodiversidad), pero si se quema demasiado (cada 15 años o menos) también se degrada y se pierde. En la práctica, las manchas de monte con diferentes grados de quema, conforman un mosaico de distintas comunidades vegetales que globalmente alberga una inmensa riqueza biológica.
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En nuestro país, la vegetación mediterránea también lleva millones de años conviviendo con el fuego, y desarrollando estrategias que no sólo permiten que sobreviva a sus efectos, sino que incluso permiten sacar partido de ellos. No es casualidad que el alcornoque (Quercus suber) invierta tanta energía en generar una corteza ignífuga (el corcho), que permite que las llamas pasen por él sin apenas dañarlo. Otras plantas directamente propician los incendios, y se benefician de ellos. Es el caso de la jara pringosa (Cistus ladanifer), cuyas malezas maduras generan ramas secas y hojarasca altamente inflamables. Al quemarse, eliminan competidores y favorecen la germinación de sus semillas. Otras especies, como el acebuche o el madroño, simplemente rebrotan con facilidad tras el paso del fuego.
En la Comunidad de Madrid, y concretamente en el Parque Regional del Sureste, los incendios se han venido produciendo de forma puntual y poco importante. Sin embargo, todo apunta a que la gestión de nuestros montes es muy mejorable tanto antes como después de estos fenómenos. Un caso paradigmático es el de los pinares de La Marañosa. Se trata de plantaciones de pino carrasco (Pinus halepensis) establecidos sobre cerros yesíferos que se elevan entre unos 550 y los casi 700 metros de altitud, en la margen derecha de los ríos Manzanares (cerca de su desembocadura) y Jarama, en los términos municipales de Getafe, Rivas Vaciamadrid y San Martín de la Vega. La presencia de estas masas densas de pinos se explica por "reforestaciones" llevadas a cabo en la segunda mitad del siglo XX. Originariamente la vegetación arbórea y arbustiva estaba dominada por especies adaptadas a suelos pobres y calizos, como la encina (Quercus rotundifolia), la coscoja (Quercus coccifera) y una cohorte florística rica en especialistas en suelos yesíferos (algunas de ellas plantas muy amenazadas en la actualidad).
Aunque las plantaciones de pinos se realizaron sobre unos cerros muy degradados por exceso de pastoreo, sin cobertura arbórea y aquejados de erosión, a la larga han supuesto una alteración de los patrones de maduración de las comunidades vegetales autóctonas. Por ejemplo, en cerros cercanos sin reforestar (caso de los cantiles del Jarama junto a la finca del Piul), el matorral nativo se ha ido asentando paulatinamente sin mayores impedimentos. En La Marañosa no. Y cosa curiosa, los pinos parecían tener serias dificultades para reproducirse, observándose un número muy pequeño de retoños nuevos.
Sin embargo, en julio de 2004 se produjo un incendio importante en este paraje. Se quemaron más de 1.000 hectáreas, lo que supuso una superficie considerable de la finca. En los meses anteriores se habían producido ya otros fuegos menores. La noticia corrió como la pólvora en la prensa local, y las formaciones ecologistas se mostraron muy alarmadas:
Nuestros políticos reaccionaron comprometiéndose a reforestar la zona. Más concretamente, el 12 de febrero de 2009, se reunía la Junta Rectora del Parque del Sureste y, entre numerosos desmanes, se aprobaba lo siguiente:
Reforestación del área incendiada de la Marañosa. Objetivos: reinstalar la cubierta vegetal, reforestar con especies arbóreas y arbustivas propias de la vegetación potencial del monte, diseño de la reforestación frente a futuros incendios forestales. Acciones: plantaciones con encina, coscoja, sabina, pinos carrasco y piñonero, almendro, olivo y diversas especies arbustivas.
Sin embargo, unos años después de aquellos incendios, merece la pena acercarse a las áreas quemadas de La Marañosa para observar varias paradojas a cerca de nuestra visión de la naturaleza, nuestro papel en ella, y nuestro profundo desconocimiento de lo que sucede a nuestro alrededor. Aquí tengo que agradecer a Darío Meliá las fotografías y observaciones que tan amablemente me ha proporcionado.
Primera paradoja: ¿Se pueden favorecer los incendios mediante determinadas políticas de plantación de árboles?
Es muy posible. En la Marañosa se plantaron pinos muy juntos, generándose una superficie homogénea por la que el fuego se puede propagar muy deprisa. Además, los pinos (y concretamente el carrasco) son árboles de características pirófitas. Es decir, la acumulación de sus acículas y ramas secas arden muy fácilmente, e incluso los ejemplares vivos son altamente inflamables gracias a sus resinas. En definitiva, una plantación artíficial, extensa y homogénea de pinar, sólo está esperando una chispa para desatar un verdadero infierno. De hecho, el fuego puede beneficiar al pino carrasco. Y como muestra, la siguiente foto:
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Como se puede apreciar, en algunos puntos quemados se produjo una germinación masiva de piñones (obsérvese que los nuevos pinitos se alinean a lo largo de las terrazas creadas durante la plantación original). Esto contrasta con las condiciones imperantes antes del fuego, en las que la tasa de germinación era muy muy baja. En este sentido, el fuego ha matado muchos pinos, pero ha rejuvenecido el pinar, y en cierto modo ha permitido que éste se perpetúe en el tiempo.
Segunda paradoja. El fuego podría ser un agente positivo, capaz de favorecer la restauración de ecosistemas degradados por la acción del hombre.
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Basta mirar lo que ha sucedido en La Marañosa a lo largo de los últimos 6 años. En general puede decirse que la quema de bosque ha propiciado una diversificación paisajística evidente.
En esta foto se puede ver lo que era una zona de pinar homogéneo. Unos años después del fuego se observa como ha ido surgiendo una cubierta de matorral nativo diversificado. Coexisten manchas de pinos supervivientes (en primer plano), con una variedad de matorrales de coscojas y otras especies colonizadoras y pirófitas. En el centro pueden observarse varias encinas y otros árboles ya de cierto porte. El monte autóctono tiende a extenderse rápidamente allí donde el incendio eliminó el pinar. En este sentido, puede decirse que el fuego ha actuado como un elemento de cambio, propiciando la regeneración de un ecosistema mucho más rico que el quemado (que era artificial y muy pobre en su composición). En esta otra foto se observa la regeneración de distintas comunidades vegetales en una pequeña superficie de terreno: desde espartos a fases arbustivas de encinas y coscojas:
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Con el tiempo, podría desarrollarse un verdadero bosque esclerófilo dominado por encinas. La resistencia de este tipo de flora autóctona al paso de las llamas puede comprobarse en esta coscoja superviviente:
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Al fondo se distinguen multitud de matorrales de ésta y otras especies que se desarrollan en suelos ganados al pinar gracias al fuego. La rápida reacción de muchas plantas nativas se evidencia en la colonización casi inmediata de las tierras quemadas. Por ejemplo, estas retamas locas (Osyris alba) se encuentran ocupando una sección donde el fuego mató los pinos que antes daban sombra, impidiendo crecer casi nada debajo:
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Pese a tratarse de ejemplares jóvenes, ya producen una gran cantidad de frutos:
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La retama loca, como muchas otras especies de plantas pioneras, facilitan el posterior crecimiento de árboles y arbustos más exigentes. Nos encontramos, por tanto, en un escenario en el que se está produciendo el regreso de numerosas especies de plantas autóctonas, acompañadas de multitud de hongos y animales asociados a ellas. Este regreso es sumamente complejo y heterogéneo, produciéndose distintos tipos de maduración de la vegetación, que se estructura de forma muy diferente dependiendo de las características del suelo y de la humedad disponible.
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Anteriormente sólo había una extensión uniforme y densa de pinos carrascos, pobre biológicamente hablando. Así que puede decirse que el incendio ha servido para iniciar la recuperación de un ecosistema prácticamente perdido por culpa de prácticas humanas muy agresivas (deforestación debido a la actividad pastoril, y posterior plantación masiva de pinos).
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Tercera paradoja. Los intentos de la Administración por reforestar La Marañosa tras el incendio, pueden estar teniendo resultados desastrosos.
Tal y como se aprobó en la Junta Rectora del Parque del Sureste, y tras ser anunciado por varios representantes políticos regionales y locales, se han ido acometiendo tareas de reforestación en la zona quemada. Pese a lo establecido en esa Junta de 2009, buena parte de lo que se ha plantado hasta el momento, han sido pinos carrascos:
De nuevo se está impulsando, con dinero público, la expansión de la superficie de pinar. Un pinar estructuralmente artificial, que no sólo contribuye a empobrecer las comunidades vivas locales, sino que además favorece la propagación de futuros incendios descontrolados. En otros casos, se plantan especies totalmente inadecuadas para el lugar elegido. Es el caso de estos taráis (
Tamarix sp.) colocados en los cerros de La Marañosa. Este tipo de árboles se establece en terrenos de ribera, húmedos e incluso sometidos a inundaciones periódicas. Nada tienen que ver con las plantas propias de los cerros:
En la Comunidad de Madrid es fácil acostumbrarse a ver desmanes de este tipo. Con dinero público, dedicado en principio a partidas que buscan mejoras medioambientales, se pagan operaciones que generan problemas y gastos innecesarios. Podría hablarse mucho de esto, y de los intereses que se ocultan detrás de estas campañas "verdes", pero dedicaré otro día a hacerlo.
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Sigamos ahora con los efectos de las plantaciones en estos montes del sureste madrileño. Conviene señalar ahora que, además de reforestarse de forma errónea y con especies inapropiadas, se está utilizando maquinaria pesada para ello. Los efectos son claramente perceptibles, ya que las máquinas desbrozan grandes áreas para excavar después los agujeros de los nuevos plantones. Con ello se remueven los suelos, y se matan infinidad de matorrales que ya estaban regenerando la zona. Pero como una imagen vale más que mil palabras, dejo esta foto:
Como se puede ver, se ha plantado en un lugar en el que ya estaba creciendo monte de coscojas. Las maquinas han matado casi todas las plantas del lugar de la reforestación, quedando como únicos supervivientes algunos ejemplares de jara blanca (Cistus albidus). Ni siquiera han quedado apenas terófitos (plantas herbáceas de vida corta) ni herbáceas permanentes. En realidad, la vegetación nativa se recupera rápidamente tras el paso del fuego, pero se ve dañada de forma muy grave por el paso de maquinaria pesada.
Más o menos por las mismas fechas del incendio, se acometió en las inmediaciones la construcción de un oleoducto. Aunque a nadie pareció importarle, a día de hoy su cicatriz está ahí para quien quiera ir a verla:
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Casi nada ha crecido. El suelo, removido y alterado por excavadoras y buldócer, no presenta apenas cubierta vegetal. Tardará décadas en volver a la normalidad. Tras el paso de estos años, puede observarse nítidamente la diferencia entre un monte quemado y un monte arrasado por máquinaria pesada:
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En conclusión, las actuaciones públicas dirigidas a paliar los efectos del incendio, amenazan con convertirse en un problema mucho mayor que el propio fuego. Desde un punto de vista de conservación medioambiental, sería en principio aconsejable dejar los montes como están. Y de realizarse algún tipo de actuación por parte de la Administración, desde luego debería ser algo muy diferente a lo que está sucediendo. Entre tanto, el dinero del contribuyente se va en esto. Esperemos que poco a poco se vaya cambiando el modo de hacer las cosas. Y mientras, merece la pena estar atento a la evolución de la vegetación en los cerros de La Marañosa.