El pasado domingo 13 de diciembre nos dimos una vuelta al atardecer por el camino que recorre la margen izquierda del río Jarama a su paso por Velilla de San Antonio. Es un paseo muy bonito en cualquier época del año, ya que si a un lado queda el río y su bosque de ribera, al otro queda el conjunto de charcas resultantes de la actividad de graveras antiguas. Todo el eje del curso bajo y medio del Jarama, en el sureste de la Comunidad de Madrid, fue tradicionalmente un paraíso al que acudían las familias los fines de semana atraídas por sus generosas playas de arena fina, las aguas cristalinas y un entorno verde y frondoso. Al menos fue así hasta mediados del siglo XX, y de hecho se refleja en nuestra literatura, como en la novela El Jarama, de Rafael Sánchez Ferlosio. Sus valores naturales impulsaron la creación del Parque del Sureste, que tantos disgustos ha dado a la larga a nuestros políticos más depredadores.
Sin embargo, con dar un simple paseíto, uno puede advertir como el paraíso se encuentra seriamente amenazado, y ya gravemente dañado. Lo cual hace que su belleza sea más sorprendente aún. Al comienzo de la ruta, el camino sale de un parque donde se encuentra plantado un buen número de árboles y arbustos exóticos. Bordea una primera charca, que hace de transición entre el polígono industrial de Velilla y las charcas más naturalizadas. En esta primera, varias especies de árboles exóticos se encuentran plantas por las orillas, aunque destacan el sauce llorón (Salix babylonica) y el paraíso (Eleagnus angustifolia), como este ejemplar:
La costumbre de utilizar árboles alóctonos en ambientes naturales, semi naturales, o próximos a parajes sensibles, parece no crear ningún tipo de problema de conciencia en nuestros políticos. Y eso pese a que, como veremos más adelante, es una práctica de altísimo riesgo. Plantear a nuestros gobernantes que las reforestaciones deben realizarse de un modo racional y con planta autóctona, está fuera de su entendimiento, ya que por lo general echan mano de lo más barato que tengan en el vivero más próximo.
Árboles aparte, las charcas están llenas de aves acuáticas en esta época del año. Aquí, aunque de lejos, se puede ver un bando de cucharas (Anas clypeata):
Desde luego, el pato cuchara es la especie estrella de la zona, con unas concentraciones que llegan a ser impresionantes. Otras especies también comunes son el ánade real (Anas platyrhynchos) y el porrón común (Aythya ferina). Había pescando varios cormoranes grandes (Phalacrocorax carbo), que además tienen un dormidero importante en otra de las charcas locales. En el paseo también pudimos observar zampullines chicos (Tachybaptus ruficollis) y fochas (Fulica atra) en el Jarama, así como gallinetas (Gallinula chloropus) y otras especies más comunes.
La ribera del Jarama presentaba una estampa crepuscular apacible, muy agradable:
Pero ya en esta foto podemos observar varias cosas que ni Sánchez Ferlosio, ni los visitantes de fin de semana de antaño, habrían podido ver en este lugar. Para empezar, nos desplazamos por un camino elevado, que discurre por una loma artificial que, a modo de muro, traza una frontera nítida entre la ribera y el entorno. Originalmente el Jarama tenía amplias llanuras de inundación, pero desde la segunda mitad del siglo XX se ha realizado un verdadero espolio de sus planicies inundables. Para arrebatárselas, se han creado muros como éste. El resultado: un río que se parece cada vez más a un canal.
Vemos también un bonito bosque de galería, que flanquea el río formando un apretado reborde en la poca orilla que le queda. Actualmente los bosques de este tipo que aún podemos observar están dominados por el chopo blanco (Populus alba):
Coexiste con el chopo negro (Populus nigra), el sauce blanco (Salix alba), así como los taráis (Tamarix sp). No obstante, en un pasado reciente los bosques ribereños tenían una estructura mucho más dinámica y una composición mucho más compleja. Dado que el Jarama se desbordaba estacionalmente, una parte importante de su llanura inundable estaba sujeta a episodios de crecidas destructoras, que arrasaban la vegetación. Dichas crecidas aportaban también arenas y gravas, procedentes de la erosión de las rocas de la Sierra de Guadarrama. La destrucción de la vegetación más expuesta, y los depósitos de arenas, generaban las famosas playas del Jarama, que durante el verano eran la delicia de tanta gente. Podría parecer que esa dinámica fluvial dificultaba enormemente la formación de los bosques ribereños, pero en realidad producían un escenario cambiante y heterogéneo, ya que el río se desplazaba através de su llanura de inundación a medida que los depósitos creaban islas o nuevos meandros. Cuando el Jarama se iba retirando de una zona, ésta era rápidamente colonizada por árboles adaptados a sobrevivir a inundaciones ocasionales. Sobre todo los sauces y sargas. Detrás, les seguían los chopos. Tras ellos, los fresnos, y más allá, en los suelos fértiles pero firmes, los olmos. Unos bosques complejos y dinámicos, sometidos a cambios profundos que a su vez eran el motor de su propia riqueza.
Con la construcción de los grandes embalses de la cuenca alta del Jarama, el Lozoya y el Manzanares, se acabaron las crecidas estacionales, y también se acabaron las arenas. Como consecuencia, las playas han desaparecido rápidamente, y los bosques se han atrincherado y espesado junto a la misma orilla del agua. Allí donde nunca hubieran podido establecerse si el Jarama no hubiese sido "castrado" a base de muros y compuertas.
Eso no significa que el río no fluya (aunque muchos desearían que ni una gota de agua se "tirase al mar"), y como ya no puede expandirse por su llanura de inundación, y además no deposita sedimentos, actualmente erosiona su propio cauce en vertical. En consecuencia cada vez se hunde más en el terreno, y a medida que lo hace también se hunde el nivel freático de la zona. Eso significa que, a medio plazo, los bosques ribereños supervivientes comenzarán a declinar y a secarse. De hecho, ese proceso ya se observa en sus límites exteriores. En ese declive y empobrecimiento, incluso puede apreciarse como algunas especies de árboles antaño muy abundantes, que incluso formaban bosques de consideración, tienen ya una presencia puramente testimonial y relicta. El olmo (Ulmus minor) se encuentra en un número muy escaso. En cuanto al fresno de hoja estrecha (Fraxinus angustifolia) se puede considerar raro.
A este panorama, provocado por acciones humanas dentro y fuera del Parque del Sureste, se suman otras amenazas más recientes. Y es que, por ejemplo, varias especies de árboles exóticos están penetrando en los ecosistemas ribereños y lagunares. En el caso de Velilla de San Antonio, todas ellas proceden de los parques y jardines urbanos, y de las plantaciones realizadas en la charca del polígono industrial. Por ejemplo, este ejemplar joven de paraíso crecía a un kilómetro del parque más cercano:
Muchos más ejemplares pueden encontrarse en las charcas, y a distancias mayores. Otro árbol en proceso de asilvestramiento es el arce negundo (Acer negundo), como éste, también en las charcas:
También el ailanto (Ailanthus altissima):
El olmo siberiano (Ulmus pumila) y la morera (Morus sp), se encuentran asímismo ganando terreno, sin que existan planes de gestión, control y erradicación.
Y si la flora se encuentra en un proceso de tranformación, de resultados preocupantes y muy inciertos, la fauna no escapa a ese mismo fenómeno. Por ejemplo, los mamíferos. Sí, es cierto, cada vez sorprende menos encontrar huellas de jabalí en este lugar:
Y es una buena noticia, porque la especie ha vuelto por sí sola. Lamentablemente, otras huellas más inquietantes nos son también cada vez más cotidianas: las del mapache y el visón americano. Hasta hace unos años, dos eran seguramente los mamíferos más fáciles de encontrar por aquí: el conejo y la rata de agua (Arvícola sapidus), dos especies nativas de hábitos crepusculares. Ciertamente el conejo no sólo sigue siendo abundante, sino que probablemente nunca lo ha sido tanto. Sus conejeras atraen muchos merodeadores, como la gineta o el mustélido que dejó éste excremento:
En cambio, los destrozos en la entrada de esta otra madriguera tienen como autor a uno de los zorros que habitan en las charcas:
Pero, ¿y las ratas de agua? Pues a ésas hace algún tiempo que no se las ve. Las alteraciones en la dinámica fluvial del Jarama han hecho desaparecer la mayor parte de los herbazales inundables y las praderas ribereñas. La vegetación palustre y riparia se ha ido volviendo cada vez más leñosa y envejecida, inapropiada para este roedor vegetariano y semiacuático. Y además, la irrupción del visón americano, capaz de exterminar localmente a nuestro roedor nativo, ha supuesto tal vez el golpe de gracia.
Dentro del Parque del Sureste, resulta llamativo observar cuán grandes han sido las consecuencias de actividades desarrolladas fuera de sus confines. En mi opinión es un ejemplo claro de cómo los parques necesitan de una gestión global, ya que dependen de que su entorno se mantenga también en un estado de conservación adecuado.
martes, 15 de diciembre de 2009
UNA VUELTA POR EL ENTORNO DE LAS CHARCAS DE VELILLA DE SAN ANTONIO
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Te noto dolido con tu querido Jarama, y no es para menos. Parece que el destino de los cauces de todos los ríos, sea el de acabar convertidos en meras fajas de agua apretadas para no entorpecer labores agrícolas o constructoras.
ResponderEliminarLa limpieza de los cauces es otra asignatura extraña: se basa en eliminar toda la cobertura vegetal posible, y lo más curioso y lamentable, es ignorar toda la basura que arrastra sus aguas, o la que queda varada en las orillas. Hace dos semanas, en el pueblo, pude observar con una cierta complacencia, cómo el agua del río bajaba totalmente transparente, viéndose el fondo en el estrecho de unos dos metros de profundidad. Esto ocurre durante la estación fría, que es cuando la gente no está en sus casas y por lo tanto no realiza vertidos.
No sabemos, o no queremos emprender el correcto mantenimiento y respeto hacia nuestros ríos, ni a su imprescindible vegetación asociada, la cual desafortunadamente, se destruye con el apelativo de “maleza”. ¡Qué ironía!
Saludos Miguel (lo siento, ya que por lo visto, no veo mejoras en los que conozco)
Hola Javier. Pues sí, la verdad es que me duele observar las consecuencias que tiene la gestión del agua en nuestro país, y por supuesto en el entorno en el que habito y que mejor conozco. Mi hábitat natural, vaya.
ResponderEliminarPero aunque es desolador comprobar que los gestores de nuestros ríos no tienen la menor idea de lo que es un río, no creas, no soy totalmente pesimista al respecto. En otros países europeos con una larga tradición de desnaturalización fluvial (como Alemania o Suiza) se han llevado a cabo proyectos para devolver a ciertos ríos su dinámica natural. Y los resultados han sido sorprendentemente buenos. La base está en garantizar tres aspectos fundamentales: caudal, sedimentos y espacio lateral. En definitiva, anteponer la razón y la ética a la codicia. ¿Veremos ese momento? Ésa es la incógnita.
Saludos y gracias
Hola Miguel (y Javier). Esta completa entrada me ha traído el recuerdo de mis lejanas jornadas de estudiante-naturalista observando la vida en las charcas y graveras del Jarama cerca de Velilla de San Antonio con mi buen amigo Fernando Ávila (grajeranatural.blogspot.com).
ResponderEliminarPor aquel entonces (finales de los 70) la zona estaba sumida en su actual contradicción entre vida silvestre y profunda degradación. No existía aún el polígono, pero bañarse en las aguas del río era ya cosa de locos debido a su contaminación, la flora alóctona arraigaba y las explotaciones de áridos desarraigaban las orillas fluviales. Por supuesto, ni asomo de que el paraje fuera a protegerse jamás.
Por todo aquello, y lo que ha venido después, esta zona es un claro ejemplo de lo que la clase política entiende como protección del medio natural: un medio de proteger su imagen, nada más.
Saludos, Miguel, y muchas gracias por seguir El último rincón (que también es el tuyo).
Feliz seguimiento del entorno natural 2010.
ResponderEliminarUn abrazo Miguel.
Hola Fcº Javier, muchas gracias a ti por tu comentario.
ResponderEliminarVaya, por lo que cuentas los años 70 debieron ser mucho más oscuros que el presente. Bueno, al menos se puede decir que sin la aprobación del Parque del Sureste esta zona de Madrid hubiese sido engullida irremediablemente por el crecimiento apocalíptico de la gran metrópoli.
Afortunadamente existe gente que desea conservar su calidad de vida y sus valores naturales. Yo desde luego siempre que puedo salgo a disfrutar de mi entorno natural, y es algo que me encanta. Lamentablemente la mayoría de los políticos en general no, aunque hay que decir que están ahí porque la gente les vota.
Hola Javier, te deseo lo mismo, y felices fiestas.
Un abrazo a los dos