miércoles, 19 de marzo de 2014

HONGOS EN ROBLEDAL TOLEDANO

En la misma salida de principios de noviembre en la que encontramos el saltamontes de matorral Steropleurus, asistimos la emergencia de una enorme variedad de setas dentro y en los límites del bosque. Se trata de un melojar, cuyo dosel está dominado por robles melojos (Quercus pyrenaica), con presencia local de encinas (Quercus rotundifolia), fresnos de hoja estrecha (Fraxinus angustifolia) y, de forma mucho más local, otras especies como quejigos (Quercus faginea) o arces (Acer monspessulanum). Las condiciones de pluviosidad y temperatura, producidas por la altitud y orientación del enclave, son muy diferentes de los de las planicies situadas a pocos km al norte. En general, puede considerarse un bosque con características predominantemente atlánticas, pese a la presencia de plantas propias del monte mediterráneo (como las jaras del género Cistus).


Esto le da un carácter bastante particular dentro de la provincia de Toledo, en la que en general predominan comunidades vegetales esclerófilas o esteparias. De hecho, aquel día de noviembre el bosque nos sorprendió por la asombrosa variedad de hongos que se encontraban emergiendo a nuestros pies. Una verdadera eclosión otoñal se estaba produciendo en aquel mismo momento, en una impresionante diversidad de formas y colores. 


Algunas muy poco frecuentes, por tratarse de especies propias de bosques húmedos o subhúmedos. Es el caso de la rúsula de Maire (Russula mairei):


Este hongo forestal, aunque muy extendido en bosques caducifolios del dominio eurosiberiano europeo, en el centro de nuestra península se desarrolla casi exclusivamente en bosques de roble melojo (Quercus pyrenaica) y, en menor medida, en castañares y pinares de pino albar (Pinus sylvestris). Estas comunidades forestales se caracterizan por recibir precipitaciones abundantes y, de hecho, la rúsula de Maire sólo aparece por encima de los 900-1.000 m de altitud en nuestra región geográfica. Presenta una sorprendente coloración roja y blanca.


Al parecer, no sólo tiene un sabor extremadamente picante, sino que podría ser tóxica.

Mucho más difíciles de identificar son las diferentes formas del complejo de especies emparentadas con el marasmiáceo Mycena pura, debido a la existencia de diversos taxones muy complicados de separar a simple vista. En general, emergen en grupos entre la hojarasca del suelo en otoño:




El tamaño de los sombreros de algunos ejemplares y su intenso color rosado (que no se aprecia bien en estas fotos) podrían corresponder en realidad con ejemplares de Mycena rosea, de mayor porte:


Otros, en cambio, eran claramente verdes:



Las micenas son hongos adaptables y oportunistas, aunque estrechamente ligados a bosques húmedos o subhúmedos. Son más frecuentes en robledales y bosques caducifolios, pero localmente ocupan también pinares húmedos. Aquí aparecían casi siempre bajo las copas de los robles melojos, aparentemente ligados a su hojarasca. Una gran variedad de hongos viven asociados a estos ambientes, con sus micelios entrelazados en la raíces de los árboles. No obstante, no es el caso de todos: existen muchas formas que han evolucionado para desarrollarse sobre los cadáveres de los propios árboles, descomponiendo sus troncos y tejidos muertos, en un reciclaje acelerado:


Tal vez, los que llaman más la atención son los hongos yesqueros de la familia Ganodermataceae. Varias de sus especies son fáciles de ver en tocones muertos o enfermos, y destacan por su tamaño. Otras, como Ganoderma lucidum, pueden resultar sorprendentes también por su colorido y aspecto de ostra:


Ganoderma lucidum es una especie cosmopolita y, en realidad, puede corresponder a un complicado complejo de especies. Sin embargo, pese a estar extendida por medio mundo, tanto en regiones tropicales como templadas, sólo encontramos un par de estos pequeños yesqueros (los de la foto) mientras que algunos de sus parientes mucho mayores resultaban mucho más fáciles de ver.


No todos los hongos son tan llamativos. Varias líneas evolutivas de estos organismos han desarrollado estructuras reproductivas mucho más complicadas de ver, incluyendo formas hipogeas que maduran bajo tierra. Algunas especies bastante discretas pertenecen a la familia Agaricaceae, conocidas como pedos de lobo (Lycoperdon spp). Encontramos este ejemplar aún blanco:


Al madurar, se oscurecen y acaban por reventar, liberando nubes de esporas negruzcas. En cambio, la presencia de especies de la familia Amanitaceae es mucho más evidente. Encontramos ejemplares de  Amanita de color marrón, posiblemente Amanita pantherina:



Se trata de una especie forestal pero muy adaptable, que ocupa bosques relativamente húmedos tanto de coníferas como planifolios. Mucho más conocida es su pariente de vivo color rojo, la Amanita muscaria:


De ambas especies encontramos varios individuos, aunque, dado que las diferentes especies de Amanita menos coloridas son difíciles de diferenciar, no estoy seguro de cuántas de ellas observamos ni cuáles eran exactamente. Eso sí, la coloración de la Amanita muscaria era espectacular:


Dentro del robledal, pero en el borde de un camino, encontramos una seta menos colorida pero mucho más grande, perteneciente al género Macrolepiota:


Existen varias especies de estos hongos forestales en el centro peninsular, pero no me resulta nada fácil decantarme por una. Podría tratarse de Macrolepiota procera, aunque el pie era totalmente blanco, lo que no me cuadra con esta especie. Mucho más sencillo de identificar me resultó este ejemplar de Coprinus picaceus:


Se trata de un miembro de la familia Psathyrellaceae, de distribución amplia. En el centro de la península, tiende a asociarse con bosques planifolios húmedos, con cierta influencia atlántica. Especialmente robledales de Quercus pyrenaica y castañares. Dadas sus preferencias, en Toledo se encuentra en gran medida restringido a algunas áreas del sur, donde ocupa bosques montanos. En cualquier caso, Coprinus picaceus fue una de las especies más sencillas de identificar. Justo lo contrario que la siguiente:



Pese a que la estructura porosa de la cara inferior del sombrero me hizo pensar que se trataba de un miembro del género Boletus, creo que pequé de una gran ingenuidad. Efectivamente, podría tratarse de Boletus subtomentosus, pero, al parecer, también de Xerocomellus chrysenteron. Ambas especies, incluso perteneciendo a géneros diferentes, son muy parecidas. O incluso, podría no ser ninguno de esos dos.

Resulta sorprendente la cantidad de seres vivos que, invisibles la mayor parte del tiempo, viven en los ecosistemas que nos rodean. En aquella breve salida, fotografiamos tan sólo una pequeña parte de las setas más llamativas de aquel robledal toledano. Sin duda, hubo muchísimas que pasamos por alto, y otras muchas que ya habían emergido y desaparecido, así como cantidad que todavía permanecían bajo tierra. Es cierto que es un placer para los sentidos buscar tranquilamente estas pequeñas criaturas. Pero también lo es que te hace pensar en cuánto desconocemos de la naturaleza que observamos cotidianamente.


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