Esta primavera tan lluviosa ha obligado a nuestros penosos gestores públicos a soltar agua de los embalses madrileños. En un país como el nuestro, donde los ríos son tan sólo vías por donde se escapa el agua, y donde el agua se considera en cuanto al dinero que puede producir, las compuertas de los embalses de la cuenca del Jarama han estado prácticamente cerrados todo el invierno. El río bajaba exhausto, secándose en algunos puntos altos, incluso aunque los meses invernales habían traído lluvias suficientes para provocarle crecidas.
Sin embargo, las abundantes precipitaciones caídas a lo largo del mes de marzo, más todo lo acumulado codiciosamente los meses anteriores, han forzado un cambio drástico en la política acaparadora del Canal de Isabel II. No han tenido más remedio que abrir compuertas y liberar excedentes. Así que, por primera vez en varios años, el Jarama ha experimentado una crecida revitalizadora.
Conviene recordar que, en su estado natural y a lo largo de decenas de milenios, nuestros ríos sufrían crecidas varias veces todos los años (fundamentalmente durante el otoño y la primavera). Esas riadas modelaban nuestros paisajes, creaban suelos fértiles y depositaban año tras año extensas playas de arena blanca a lo largo del Jarama. Los depósitos de sedimentos, que hoy en día permanecen retenidos en los embalses de la cuenca alta, creaban islas y forzaban al río a desplazarse lateralmente, cambiando su curso a lo largo de amplias llanuras inundables.
Conviene recordar, también, que, con la construcción de las presas, se ha amansado y espoliado nuestros cursos fluviales. Que, gracias a que ya no se desbordan estacionalmente, ha resultado muy sencillo arrebatarles sus llanuras de inundación a base de escolleras o simplemente ocupándolas. Y que, mediante ese proceso, se han privatizado inmensas extensiones de tierras públicas de un modo totalmente impune.
Tan desnaturalizados han quedado los ríos que, al menos en la Comunidad de Madrid, la ciudadanía ha perdido ya la noción de cómo eran tan solo dos generaciones atrás. Nadie parece recordar ya que, hasta los años 60 del pasado siglo, las playas del Jarama eran muy importantes para las economías locales. De hecho, incluso aquellas playas de arena blanca se han perdido de la memoria: hace décadas que nadie ha visto una. Han desaparecido sin dejar el menor rastro.
Para contemplar pálidos reflejos de lo que fue un río vivo, hay que visitar tramos del Jarama que no hayan sido desfigurados demasiado. Hay que buscar bien. En el curso medio, cerca de Velilla de San Antonio, aún se conservan algunas franjas angostas de bosque inundable:
Para contemplar pálidos reflejos de lo que fue un río vivo, hay que visitar tramos del Jarama que no hayan sido desfigurados demasiado. Hay que buscar bien. En el curso medio, cerca de Velilla de San Antonio, aún se conservan algunas franjas angostas de bosque inundable:
Estos ambientes, mucho más extendidos en el pasado reciente, se caracterizan por anegarse periódicamente. El dosel se encuentra dominado por sauce blanco (Salix alba), chopo negro (Populus nigra) y chopo blanco (Populus alba), resistentes a las condiciones de inundación. La profundidad de los suelos, la humedad y el efecto fertilizador de las inundaciones, favorecen el desarrollo de árboles de gran porte, de hecho los más altos que existen en la zona actualmente.
El suelo puede permanecer sumergido durante semanas sin matar la vegetación. Esto era originalmente aprovechado por varias especies de peces, que penetraban en los bosques inundados para alimentarse de invertebrados terrestres, semillas y frutos (como las zarzamoras en otoño, consumidas por los barbos). Además, el trasvase de nutrientes entre el río y el bosque enriquecía notablemente la productividad de ambos.
También podemos encontrar algunos ejemplos de pastizales inundables:
En el pasado, estos pastos ricos y siempre verdes eran utilizados para apacentar ganado vacuno y ovino, por ser especialmente productivos.
Por desgracia, la gran mayoría de los espacios ribereños anteriormente cubiertos por pastizales, bosques y bancos de grava, han desaparecido. En casi todo el recorrido del Jarama, se han ido levantando escolleras para ganar espacio para posibilitar actividades extractivas (particularmente graveras) y ganar espacio para la agricultura. Silenciosamente, e infringiendo descarada e impunemente la ley durante décadas, se han ido ocupando las riberas rellenándolas o construyendo escolleras o diques. Algunos de estos muros o rellenos desarrollaron después arbolado. Sin embargo, los chopos que han crecido ahí muestran claros síntomas de debilidad y enfermedad (en forma de ramas secas negras):
Las escolleras no siempre son fáciles de detectar en el paisaje. Parecen tan parte de nuestro entorno que apenas nos percatamos de su presencia. Aquí, por ejemplo, se observa la altura que pueden alcanzar. A la derecha se eleva el dique que impide que el río ocupe su antigua planicie aluvial al crecer:
En este punto, la gravera que construyó esta mostruosidad, nos arrebató a todos una franja de tierra de varios cientos de metros de ancho por un km y medio de largo. Así, a lo largo de la mayor parte del curso del Jarama, diferentes entidades privadas se han ido apropiando de tierras inundables públicas sin que a nadie le haya producido el menor sobresalto. Desde un punto de vista hidrológico y biológico, el impacto ha sido inmenso y duradero. Muchas especies de animales y plantas han perdido sus hábitats. Y por lo que se refiere a la dinámica fluvial, durante las crecidas el río no puede dispersar su fuerza a lo largo y ancho de la llanura aluvial, por lo que corre más rápido y con un poder erosivo mucho mayor sobre su propio cauce.
Otro ejemplo de área inundable ocupada (dique abajo y a la izquierda, cubierto de flores):
Sin embargo, en muchos casos la ocupación se ha comido la totalidad de la llanura aluvial y las escolleras caen directamente sobre el cauce principal. En la foto de abajo, otra gravera construyó una escollera con grandes bloques de piedra directamente sobre el Jarama (algunos árboles han conseguido arraigar desde entonces):
Aun así, merece la pena bajar a darse una vuelta ahora que llega la primavera. A veces el río aparece ancho y poderoso, como era antes, y nos deja ver aún rincones magníficos:
Con las lluvias han salido gran cantidad de orejas de gato, unas setas del género Helvella que no veíamos por aquí desde hacia años:
E incluso podemos toparnos con alguna especie rara. Como el aliso (Alnus glutinosa), un árbol ligado a áreas inundables de ríos y arroyos de aguas claras, y actualmente escasísimo en la cuenca media del Jarama:
Pronto las aguas bajarán. Al hacerlo, no habrán depositado arenas ni islas de grava, en las que aniden chorlitejos y cigüeñuelas. Porque, pese a la riada, el río sigue preso y sus sedimentos secuestrados tras los muros de los embalses. Y esto significa que la erosión que produce la corriente no es compensada por el deposito de arenas. Así que, como muchos otros de nuestros cursos fluviales, el Jarama va erosionando el valle rápidamente, hundiéndose verticalmente al tiempo que escava su propio lecho. Algunos puentes tienen ya los cimientos de los pilares al descubierto, como sucede cerca de San Martín de la Vega. Y, a medida que los cursos fluviales se encajonan, su descenso arrastra el nivel freático de las tierras circundantes. Esto, por sí sólo, condena a muerte a los escasos parches de bosque de ribera que no se encuentran justo a lo largo del cauce. Tras sobrevivir durante décadas a la desnaturalización del ecosistema fluvial, van languideciendo y muriendo a medida que el nivel de las aguas subterráneas se hunde con el río. Este proceso de decadencia y muerte de los bosques de ribera puede observarse muy bien desde los famosos jardines de Aranjuez. Allí, paseando junto al muro que da al Tajo, se ve en la orilla de enfrente como los chopos van ennegreciendo. Se secan. Y los muertos no son sustituidos por otro jóvenes.
Privados de las inundaciones estacionales y con suelos cada vez más secos y pobres, los bosques se marchitan. Dejan paso a malezas y herbazales agostados por el sol del verano. Sólo renacerán, como los ríos, cuando ya no seamos capaces de mantener las presas ni ocupar sus planicies. Probablemente, cuando el petróleo sea demasiado caro y escaso para que resulte rentable.
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