Las sociedades europeas y, muy especialmente, algunas como la española, se encuentran sumidas en un gran estupor ante la duración de esta crisis. Quedan ya muy atrás las promesas de ciertos gobernantes de que la superaríamos en 2010 y, a medida que pasa el tiempo, hemos empezado a interiorizar que esta pesadilla es mucho más profunda de lo que preveíamos en 2008. Y se cuela en nuestros pensamientos la sospecha de que quizá nunca vuelvan los tiempos del crecimiento.
Tal vez por eso ha resultado tan fácil anestesiar a nuestra sociedad con el mensaje del miedo. Buena parte de los españoles parecen paralizados por la irrupción de una realidad que no esperaban, y aparentemente no saben o no quieren reaccionar ante ella. Desde un punto de vista biológico, podría compararse con la conducta de algunas especies animales especializadas en un hábitat o recursos muy concretos, que no logran adaptarse a cambios rápidos de su entorno. Las tortugas marinas que regresan siempre a criar a sus playas natales y que, cuando éstas son destruidas, simplemente cesan de reproducirse y desaparecen. De modo que, tal vez, nos dejamos dominar por el deseo de que "alguien" nos saque de ésta, aunque sea a costa de grandes sacrificios, de renunciar a derechos que creíamos fundamentales, de perder lo que es nuestro para que... quién sabe..., todo se arregle.
Sin embargo, una sociedad anestesiada y pasiva no está preparada para gestionar un régimen democrático. Puede que, en realidad, nunca lo hayamos estado y que incluso hayamos malinterpretado el término "democracia". Al evitar posicionarnos ante determinados temas, al rehuir los debates sobre lo que nos afecta colectivamente, al no tomar partido ante lo que les sucede a nuestros iguales, facilitamos que otros decidan y gestionen por nosotros. Muchas veces en nuestro perjuicio. Por eso es tan importante hablar de lo importante. A aquellos que deciden no hacerlo, no opinar ni movilizarse, la realidad también les acabará por alcanzar en casa.
En mi opinión, esto es doblemente grave porque nuestro acceso a la información está fuertemente censurado. No de una forma explícita, sino mediante mecanismos sutiles y sumamente eficaces. Así que nos encontramos con una sociedad reacia a debatir y reaccionar que, encima, no dispone fácilmente de datos esenciales. En el plano medioambiental y, más concretamente, en el energético, se ha generado una eficacísima barrera para no hablar del ocaso energético. No se menciona en la televisión, apenas aparecen alusiones en la prensa. Incluso los movimientos ecologistas más influyentes parecen afrontarlo con un enorme tacto, proponiendo soluciones casi mágicas en el uso de las energías renovables. Los partidos de derechas hacen verdaderos malabarismos para obviar el tema y la izquierda parece totalmente desorientada al respecto. Porque, y ésta es la clave de la cuestión, en un escenario de ocaso energético el crecimiento económico y el desarrollo son imposibles.
Es decir, en un escenario de declive energético, esta crisis dejará de ser una crisis: se convertirá en algo permanente. O incluso peor, ya que los recursos irán disminuyendo paulatinamente. Si asumiéramos eso, tendríamos que tomar partido de muchas maneras. Tendríamos que hablar y decidir qué queremos hacer para asegurar el bienestar de las generaciones futuras y, mientras tanto, asegurarnos también el nuestro. Tendríamos que cuestionar las políticas que se están llevando a cabo con la excusa de sacarnos de la crisis. Tendríamos que expulsar a nuestros gobernantes y élites económicas por incompetentes y ladrones. Tendríamos que repartir la riqueza y cambiar nosotros mismos, en muchos sentidos. Pero, ¿cómo hacer todo eso, si antes no hemos hablado y comprendido ciertas cosas esenciales? Por ejemplo, comprender que el mundo es finito y que la energía que hemos estado consumiendo también lo es.
Aunque se trata de conceptos fáciles de comprender de forma intuitiva, conviene recordar algunos datos: Por cada kg de comida que consumimos, se queman 4 kg de petróleo (puede decirse que comemos petróleo). Lo que en su día se llamó "revolución verde" (intensificación de las prácticas agro-ganaderas) nos ha encadenado a una dependencia de los combustibles fósiles cada vez mayor, mientras desmantelábamos alegremente nuestros sistemas tradicionales de cultivo y ganadería. Otro dato a recordar es que, financieramente, el crecimiento y el flujo de crédito se encuentran ligados indisolublemente en nuestro sistema capitalista y, a su vez, ambos están ligados a la disponibilidad de energía barata. Eso significa que, como no se conocen otras fuentes que puedan reemplazar a las fósiles (ciertamente las renovables no pueden), lo más seguro es que tanto el acceso al crédito como el crecimiento de la economía mundial se vayan apagando en las próximas décadas. ¿Por qué? Pues porque, aunque no hablemos de ello, no lo mencionemos o creamos en soluciones mágicas, el petróleo se agota. No es que vaya a pasar: lleva ya años decayendo y su declive inició nuestra crisis.
Veamos una gráfica que debería haber sido portada de cualquier periódico de tirada nacional, y estar en la cabecera de todos los informativos:
He tenido acceso a ella gracias al blog The Oil Crash (cuyo seguimiento recomiendo, una vez más, desde aquí). La fuente es, ni más ni menos que la Agencia Internacional de la Energía (AIE o, según sus siglas en inglés, IEA) más concretamente su último informe anual (2013). Creada por la OCDE a principios de los 70, en el contexto de la crisis del petróleo (aquella), desde sus orígenes ha tenido como función asegurar el suministro de petróleo, con el fin de mantener el crecimiento económico de los estados integrados en la propia agencia. No puede decirse, por tanto, que sea un organismo imparcial sobre cuestiones energéticas, pero en ocasiones aporta datos que, por sí solos, llaman poderosamente la atención. Esta gráfica, perdida en un extenso informe (más de 700 páginas), muestra las expectativas de la AIE respecto a la extracción de los diversos tipos de petróleo en las próximas décadas, de no realizarse "inversiones adecuadas". De hecho, ya con este dato, sabemos que la AIE prevé que la producción de petróleo caerá hasta el 15% de la actual hacia 2035. En dos décadas, dispondríamos de un 85% menos de la energía con la que nuestro sistema cuenta ahora. Dado que las conclusiones de la agencia son tachadas de excesivamente optimistas por muchos científicos (la inversión depende de previsiones optimistas), podría deducirse que ninguna "inversión adecuada" sería capaz de cambiar sustancialmente el panorama.
Uno de los científicos que llevan mucho tiempo tratando de explicar lo que sucede (con poco éxito en el público general, debido a la censura informativa) es Dennis Meadows:
Este científico estadounidense, ha sido director en tres institutos universitarios de investigación: en el MIT, en el Dartmouth College y en la Universidad de New Hampshire. Es además ex-presidente de la Sociedad Internacional de Dinámica de Sistemas, y de la Asociación Internacional de Simulación y Juegos. Fue el director del Club of Rome Project on the Predicament of Mankind, del que partió el informe Los límites del Crecimiento. En su intervención ante el Club de Roma en 2012, este investigador independiente aportó numerosos datos sobre el escenario al que nos acercamos. Según Meadows, en 2030 dispondremos de tan sólo un 15% de la energía neta disponible actualmente, tal y como establece la llamada Curva de Hubbert:
Ahora, cabe preguntarse si ese 15% se repartirá entre países como España, o quedará acaparado por potencias como EEUU o China. Imaginemos un país como el nuestro, con más de 47 millones de personas que alimentar, en gran medida concentradas en ciudades. Gente que no sólo come, sino que necesita calefacción en invierno, transporte, medicinas y todo tipo de bienes dependientes del petróleo.
Supongo que deberíamos estar hablando de ello y tomando las riendas de la situación, antes de que llegue el verdadero drama. A nuestro presidente le importan otras cosas, pero a nosotros nos va la vida en esos datos. Personalmente, creo que hay que ser optimista, porque hay mucho que puede hacerse. Eso sí, para ello hay que hablar primero de las cosas, llamar a nuestras pesadillas por su nombre. De lo contrario, seguiremos cabizbajos, confusos. A la espera, mientras el tiempo escapa.