Una de las pruebas del gran valor biológico de los cerros yesíferos del sur y sureste de Madrid, es que a poco que nos fijemos, descubrimos una variedad asombrosa de formas de vida de pequeño tamaño. A veces, incluso, sin pretenderlo ni buscarlas, nos cruzamos con plantas o invertebrados muy interesantes. Éste es el caso de la pequeña mantis enana (Ameles spallanziana) que fotografió David con su móvil en los cerros de Aranjuez, a principios de este mes de octubre:
Nada como mirar por donde pisamos para descubrir criaturas como ésta; máxime en un país como el nuestro, con una fauna de invertebrados variadísima y sumamente interesante.
Como otros animales, incluidos numerosos artrópodos, Ameles spallanziana puede observarse fácilmente en otoño. Es un mántido exclusivo del Mediterráneo occidental, encontrándose poblaciones en diversas áreas del norte de África (Marruecos y Argelia), mientras que en el continente europeo aparece en regiones de clima mediterráneo de la península ibérica y del extremo sur de Francia. Se trata de un insecto propio de ambientes secos y cálidos, ocupando matorrales bajos, herbazales no húmedos y, en general, medios esteparios y arbustivos áridos o semiáridos. Es rara en medios arbolados y no suele aparecer en bosques (sobre todo si son extensos). En este sentido, la vegetación gipsófila, de bajo porte, que predomina en los cerros yesíferos de Aranjuez, parece un hábitat perfecto.
La mantis enana es realmente un insecto muy pequeño, sobre todo teniendo en cuenta las dimensiones que alcanzan algunos de sus parientes: mide entre 1 y 2'5 cm, lo que la hace difícil de observar. También es característico el marcado dimorfismo sexual de esta especie. Los machos, de complexión ligera, presentan alas funcionales y son capaces de volar. Las hembras, mucho más robustas, se caracterizan por tener un gran abdomen curvo y alas vestigiales. Claramente, este ejemplar era una hembra:
Como otros de sus parientes, la mantis enana es un predador obligado. Se alimenta de pequeños artrópodos (fundamentalmente insectos y arácnidos de campo abierto), que captura normalmente al acecho. Aun así, este invertebrado puede correr a gran velocidad, sobre todo si el tiempo es muy caluroso.
Con respecto a su biología reproductiva, es similar a la de otros mántidos. La reproducción tiene lugar durante el verano y hasta mediados de otoño (dependiendo del clima). Tras el apareamiento, la hembra deposita los huevos en una masa de espuma que se endurece rápidamente en contacto con el aire. Dicha masa, llamada ooteca, permanece pegada a una piedra u otro substrato firme hasta la eclosión, que se produce en pocas semanas. Las crías no atraviesan una fase larvaria compleja, sino que nacen en estado de ninfa, tal y como sucede con los saltamontes y otros insectos primitivos. Esta ninfa es bastante parecida a los adultos, aunque diminuta, y crece rápidamente realizando varias mudas. Un aspecto curioso de esta estrategia de desarrollo es que, cuando alcanzan el tamaño definitivo y realizan la última muda, el color de la mantis queda fijado. Eso significa que, mientras que el juvenil adapta su color para mimetizarse con el entorno, esta habilidad se pierde en los adultos. Si durante la última muda el individuo era verde, por encontrarse en un ambiente con hojas o gramíneas vivas, ese color verde permanecerá ya durante toda su vida.
Parece ser que la hembra fotografiada por David, se desarrolló en un medio seco, en el que predominaban los colores pardos o terrosos. En cualquier caso, debe ser muy difícil de encontrar entre los espartos y tomillos, sobre todo si no se mueve y no tenemos mucha suerte.
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