sábado, 30 de abril de 2016

¿PRIMEROS SÍNTOMAS DEL COLAPSO DEMOGRÁFICO?

Los lectores asiduos de este blog sabrán por experiencia lo mucho que me preocupan los límites del crecimiento de nuestra moderna civilización industrial. Tanto el crecimiento demográfico como, en general, el económico, urbanístico, de infraestructuras o industrial. Básicamente porque el modelo en el que se da este proceso se basa en un desarrollo infinito en el tiempo y, además, tendente siempre a incrementar su ritmo. Algo completamente imposible en un planeta finito con recursos limitados. Se trata de una preocupación que surge de un razonamiento sencillo, poco sofisticado: 3+4. Simple. Y sin embargo, a diario recibimos la información opuesta por todas partes, lo cual tengo que reconocer que lleva años poniéndome los pelos de punta. No obstante, estos temores no son algo nuevo. Tienen una larga trayectoria. Y, llegados a este punto, tal vez lo mejor sea mencionar el trabajo del llamado Club de Roma, fundado en 1968. 

El Club de Roma se constituyó como una organización formada por científicos y políticos, cuyo objetivo principal era mejorar las condiciones de vida de las generaciones futuras mediante un enfoque multidisciplinar. Desde el principio, esta institución consideró el crecimiento como una de las mayores amenazas para nuestras sociedades. Máxime frente a las políticas geoestratégicas y demográficas encabezadas por los EEUU durante la Guerra Fría, así como ante los programas dirigidos a impulsar el crecimiento y la producción en el bloque soviético y en China. Ya en 1972, el Club de Roma encargó un informe al MIT (Instituto Tecnológico de Massachusetts), que se publicó con el explícito título de Los límites del crecimiento (The Limits to Growth). Aunque compuesto por un equipo de científicos especializados en diferentes ámbitos, la autora principal fue Donella H. Meadows, una biofísica especializada en dinámica de sistemas de reconocido prestigio internacional. En cualquier caso, se trata de un texto apasionante, en el que se analizan numerosas variables relacionadas con los efectos del crecimiento demográfico sobre el industrial, la producción de alimentos y la huella ecológica. Pero aquí me voy a centrar solamente en un único punto del informe: su principal conclusión. Tras la evidencia de que «en un planeta limitado, las dinámicas de crecimiento exponencial (población y producto per cápita) no son sostenibles», básicamente el informe concluye con que, al agotamiento de los recursos naturales, le seguirá un colapso de la producción agrícola e industrial, que precederá a una disminución de la población humana. De hecho, describe un decrecimiento demográfico brusco, un colapso.

Es cierto que desde 1972 se ha publicado mucho al respecto. Por ejemplo, podríamos considerar secuelas de este informe Los límites del crecimiento: 30 años después, de 2004, y varios otros trabajos. La crisis que comenzó hace unos años y que no acabará nunca, ha reactivado el interés por estas cuestiones. Pero, si algo tiene de sorprendente ese primer informe de 1972, es su solidez. Las previsiones que aportó fueron mucho más certeras de lo que sus autores seguramente hubieran querido. Veamos esta gráfica, en la que exponían las tendencias en el crecimiento de la producción industrial, la población humana, la producción de alimentos, los recursos y la contaminación globales:


Si nos fijamos en la fechas, ya se predijo la crisis actual de una forma escalofriantemente certera. En realidad, una crisis muy compleja, una especie de tormenta perfecta en la que se combinan el colapso medioambiental, el agotamiento de los recursos no renovables y el impacto de la recesión económica e industrial. Todo ello con un protagonista: el agotamiento de los combustibles fósiles, particularmente el petróleo y sus derivados. 

Como ya se ha explicado en otras entradas, probablemente ya hemos llegado al llamado "pico del petróleo", es decir, al punto en el que este producto comienza a hacerse cada vez más escaso. Eso no significa que se vaya a agotar, pero tampoco hace falta. Basta con que comience a hacerse más caro o complejo de procesar. Sin embargo, puede sorprender que, en este contexto, el precio del crudo e incluso de los combustibles al uso esté en niveles bajos. No me voy a extender mucho en esto aquí, aunque sí apuntaré a que este fenómeno de precios bajos es una consecuencia directa de la carestía del petróleo (aunque parezca completamente contradictorio). La carestía inició una espiral de recesión económica global, que ha provocado un descenso de la demanda. Pero, ¿por qué un abaratamiento de la energía no vuelve a iniciar un rebote del crecimiento? Bien, esa es la pregunta que deberíamos estar haciéndonos todos.

La crisis que vivimos es mucho más compleja de lo que parece. Uno de sus aspectos más perversos tiene que ver con el propio funcionamiento del sistema económico que nos gobierna. Ante los procesos de recesión y ante la falta de crédito, en todo el mundo se han iniciado procesos de recortes sociales, es decir, en servicios de los que la ciudadanía disfrutaba anteriormente. La precarización del empleo, las elevadas tasas de desempleo, los recortes en sanidad, educación y otros servicios, el encarecimiento de la vida y el deterioro de la capacidad de ahorro, inciden directamente sobre el consumo de bienes. Esto, a su vez, impacta en muchos sectores interdependientes, como el transporte de mercancías y la producción industrial. No sólo en España, sino en todo el planeta. Un verdadero torbellino de decrecimiento económico, en el que sólo hemos comenzado a girar. Y, una vez más, hay que volver a Los límites del crecimiento. Porque el informe pronosticaba un declive de la población humana a medida que los recursos fueran agotándose, igual que sucede con cualquier otra especie de animal. Puede que, en nuestros países del Primer Mundo, no hayamos notado una escasez de alimentos. Los supermercados tienen comida y buena parte de la población, pese al crecimiento de la pobreza, aún no pasa hambre. Pero..., observemos lo que está comenzando a suceder en algunos países del lado rico, como Italia:

Nel 2015 la popolazione residente si riduce di 139 mila unità (-2,3 per mille). Al 1° gennaio 2016 la popolazione totale è di 60 milioni 656 mila residenti.

Sí, durante 2015 la población italiana se ha reducido a un ritmo que no se observaba desde la Primera Guerra Mundial. La reducción de los recursos disponibles para la ciudadanía, está teniendo un impacto directo en la natalidad (que se encuentra en caída libre), además de impulsar la emigración.  Los nacimientos también se han desplomado dentro de la comunidad inmigrante, que durante décadas anteriores se había mostrado muy fértil. Sin embargo, puede que lo que está pasando con la mortalidad sea aún más chocante:


Desde el inicio de la crisis, la tasa de mortalidad prácticamente no ha dejado de crecer en la península italiana. En parte, el hecho de que las muertes se encuentren en aumento, tiene que ver con que, como el resto de las sociedades europeas, la italiana está muy envejecida. Sea como sea, es una tendencia creciente y, en 2015, el número de muertes ha ido superando el de nacimientos. Por completar un poco el cuadro que estamos observando, también disminuye la esperanza de vida: en un solo año, la esperanza de vida en los hombres ha bajado de los 80.3 a los 80.1 años, y en las mujeres de los 85 a los 84.7 (un descenso aún más marcado).

Italia es un país industrializado que nos pilla muy cerca. Los paralelismos con España son inevitables, porque los procesos demográficos que operan en las dos penínsulas son muy similares. No obstante, esta contracción de la población dista mucho de ser un fenómeno propio de la Europa mediterránea. Un caso que ha atraído muchas miradas recientemente es el de Japón. Efectivamente, el país del sol naciente está perdiendo población, algo que no sucedía desde hace un siglo. Y no se trata de cifras despreciables: la población japonesa ha perdido un millón de ciudadanos en sólo 5 años, lo que sería como perder más del equivalente a la población de Valencia. Aunque en realidad se trata del 0'7% de los habitantes del archipiélago, los modelos demográficos indican que es muy probable que el proceso se acelere durante los próximos años. ¿No recuerda esta gráfica a los modelos propuestos en su día por el Club de Roma?: 


Una vez más, hay que hablar de una sociedad muy envejecida. Los ancianos conforman un porcentaje elevadísimo de los ciudadanos nipones y, en la práctica, pueden considerarse un buen ejemplo de cómo el afecta a la gente el sistema económico dominante. Aislados y desprotegidos, estas personas que trabajaron frenéticamente casi toda su vida, son ahora noticia por asaltar tiendas y supermercados. Parecer ser que los jubilados japoneses protagonizan un 35% de los robos, en un acto desesperado para acabar en la cárcel. Pero, ¿por qué acabar en prisión? Es una cuestión de falta de recursos: según varios expertos, el país asiste a un fenómeno en el que los ancianos buscan que en la cárcel se les dé manutención y asistencia sanitaria gratuita, algo que muchos no se pueden costear por sí mismos. Pero el encarecimiento de la vida no es el único elemento que hace que el día a día se vuelva difícil. El sistema capitalista tiene una profunda huella en todo lo que hace un ciudadano nipón. Para ganar un salario decente, los japonenes necesitan trabajar largas jornadas que los dejan literalmente sin tiempo para dedicarse a ellos mismos y sus seres queridos. Se ha implantado un sistema de valores por el cual ese esfuerzo tiene sentido a través del consumo que, a su vez, ha requerido aislar cada vez más al individuo de su comunidad, de manera que dependa casi exclusivamente de su poder adquisitivo para acceder a servicios. En ese contexto, la tasa de natalidad lleva tiempo desplomándose. La mortalidad supera el número de nacimientos año tras año desde mediados de la década de 2.000, como muestra esta gráfica con la evolución de ambos valores:


Una vez más, no hace falta someter un país a la hambruna, las epidemias o la guerra para que su evolución demográfica se vuelva negativa. Como en cualquier otra especie, basta con que los recursos de los que dependen las personas se hagan escasos. Paradógicamente, esta situación puede tener ventajas para las nuevas generaciones (aunque sea un verdadero quebradero de cabeza para sus gobernantes). El acceso a la universidad es ahora más fácil que nunca y muchas universidades están buscando alumnos fuera del país, acuciadas por el escaso número de solicitudes nacionales. El acceso a un puesto de trabajo es ahora más sencillo, aunque las condiciones laborales siguen siendo demenciales. 

No sabemos si esos cambios podrán impulsar de nuevo la natalidad. Entre tanto, ni Italia ni Japón son los únicos países que viven estos procesos de decrecimiento poblacional. El sur de Europa sufre unas tasas de mortalidad superiores a las de reemplazo, por ejemplo. Es cierto que se espera que la población de África y Asia sigan creciendo, aunque, si tenemos en cuenta las previsiones del Club de Roma, el proceso podría comenzar a revertirse en un futuro próximo. Yo las tendría en cuenta. En medio de este frenesí preelectoral, mientras los partidos de fútbol se suceden, al tiempo que nos escandalizamos de la corrupción y zapeamos indecisos entre Pekín Express y el nuevo programa de Alaska y Mario Vaquerizo, la sombra de una recesión se acerca. Dicen que es nueva, "nueva recesión, la llaman. No lo es, es la misma. Es verdad que se ha topado con nuestra desesperada insistencia en creer en los espejismos, pero la realidad es aún más tozuda. El Club de Roma lo dejó muy claro en Los límites del crecimiento: como civilización, como sistema, no somos sostenibles. Y lo que no se puede sostener... simplemente cae.

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