El pasado mes de abril, en uno de esos raros fines de semana en los que las lluvias nos dieron un respiro, David y yo hicimos una salida a los Montes de Toledo. En un camino de la cara norte de los mismos, bastante cerca de San Pablo de los Montes, nos encontramos un insecto muy curioso. Se trataba de una carraleja (Physomeloe corallifer), un coleóptero de la familia Meloidae:
Era la primera vez en mi vida que veía esta especie y al principio no la reconocí. Sin embargo, decidí hacerle una foto porque me recordaba mucho a otro coleóptero no volador que recuerdo con cariño. Se trata del cura o curita (Berberomeloe majalis), muy común en los campos de mi pueblo durante mi infancia, y actualmente prácticamente desaparecido en mi zona. Tanto el cura como la carraleja tienen un abdomen alargado y un color predominantemente negro (aunque el cura suele presentar bandas laterales rojas). De hecho, pertenecen a la misma familia. Además, comparten otras características.
Por ejemplo, las larvas de ambas especies son parásitas. Tras eclosionar a finales de primavera o principios de verano, trepan a los tallos de plantas bajas y allí, en sus flores, esperan el paso de alguna abeja, abejorro u otro insecto similar, y se aferran a sus patas. De ese modo viajan pasivamente hasta el nido de su hospedador, donde se alimentan de sus larvas indefensas y de la miel acumulada por su madre. No obstante, dado que la criatura debe aferrarse a las patas de la especie adecuada de abeja solitaria, el puro azar determina que muy pocas consigan su objetivo. En cualquier caso, su desarrollo es complejo y pasa por dos fases larvarias muy diferentes, lo que se conoce como "hipermetamorfosis". Ésta tarda en concluirse casi un año: los imagos o adultos emergen en abril o mayo (depende de la altitud) del año siguiente.
Además, ambos meloidos presentan una estrategia defensiva similar y bastante eficaz: son tremendamente tóxicos. Sin son molestados son capaces de segregar una sustancia de aspecto aceitoso que, además de venenosa, es capaz de provocar enrojecimiento, erupciones e irritación sólo con entrar en contacto con la piel. Mejor que no nos toque los ojos. Curiosamente, aunque son insectos que caminan confiados a pleno día, no recuerdo que ni yo ni ningún otro niño de mi entorno fuera tan tonto como para tocar un cura con la mano. Podíamos coger grillos, aunque mordieran, pero sabíamos que los curas sólo se tocaban con un palito.
A diferencia de este último, la carraleja es un endemismo ibérico. Sólo se encuentra en el sur y el centro de la Península Ibérica. Dadas las necesidades de sus larvas, no es de extrañar que este y otros meloidos habiten medios abiertos con vegetación baja. Sin embargo Physomeloe corallifer parece bastante flexible. Por ejemplo, en el Parque del Sureste ocupa cerros yesíferos sin arbolado en El Espartal de Valdemoro, donde en ocasiones las precipitaciones no alcanzan los 300 mm cúbicos anuales (valores propios de un semidesierto). En otras zonas aparece en dehesas y campos próximos a monte bajo. En Gredos se la puede encontrar en praderas cercanas a bosques de robles y pinos. En nuestro caso, aquella carraleja se nos cruzó a más de 1.000 m de altitud, en la transición entre el piso del encinar y el del melojar. Aunque, eso sí, junto a una zona desarbolada en la que abundaban las jaras y otra vegetación pionera de pequeño porte:
En fin, esto es lo bueno que tienen las salidas al campo, que casi siempre tienes posibilidades de encontrarte con algo interesante en medio del camino.
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