En otra de las salidas que hicimos esta primavera a los cerros de Aranjuez, encontramos una serie de plantas endémicas muy enteresantes. La verdad es que el tiempo no acompañaba ese día. Hacía viento y el cielo, a primera hora de la tarde, se encontraba cubierto de nubes grises y pesadas.
La vegetación está compuesta por elementos gipsófilos, en muchos casos similares a los que habíamos observado en la zona de Sotomayor, aunque con la clamorosa ausencia de los pítanos. Además, esta otra zona de cerros, muy cercana ya al casco urbano de Aranjuez, presenta formaciones preforestales, en las que encontramos coscojas (Quercus coccifera) y espinos negros (Rhamnus lycioides) de cierto porte.
Estas elevaciones, muy erosionadas, están formadas por materiales solubles en agua, como los yesos. Por eso no es de extrañar que encontráramos barrancos excavados por la escorrentía. En uno de ellos, la floración blanca, casi luminosa, de unas plantas bajas nos llamó la atención:
Se trata de carraspiques (Iberis saxatilis subsp. cinerea), unas plantas endémicas y especializadas en crecer sobre yesos o calizas. Igual que el pítano, el carraspique es una crucífera. Normalmente se desarrolla en el dominio del espartal, precisa espacios abiertos y no crece ni en bosques ni en suelos profundos y fértiles. Aquí aparecían mezclados con espartos y romeros en una pendiente bastante inclinada. Aunque comunes en esa cárcava, eran difíciles de encontrar a sólo unas decenas de metros del barranco.
Estas plantas son endémicas de la península ibérica, donde presentan una distribución típicamente ibero-levantina. En la Comunidad de Madrid crecen en algunos enclaves del sur y sureste, siempre a ligadas a medios secos, esteparios, sobre suelos rocosos compuestos de calizas o yesos. En primavera, cuando florecen, se convierten en racimos de un brillante color blanco.
Luego, al entrar el verano y desaparecer la humedad de las últimas y escasas lluvias, los carraspiques pierden las flores. Como muchas otras plantas bien adaptadas a las áridas condiciones de los cerros yesíferos, durante el estío pierden las flores y casi el verdor, apareciendo como pequeñas matas achaparradas, de hojas finas y correosas que apenas traspiran agua. Unas criaturas perfectamente adaptadas a un medio hostil y que, además, son de una belleza muy peculiar.
Por desgracia, las dos últimas décadas han traído a Aranjuez un urbanismo salvaje que, impulsado por dos gobiernos municipales ávidos por financiarse mediante la especulación del suelo, se ha tragado enormes extensiones de cerros y tierras bajas. Los chalés de todo tipo, formas y colores, han trepado por las laderas más empinadas, y sólo han dejado de extenderse con el estallido de la burbuja inmobiliaria. El barranco donde fotografiamos los carraspìques se encuentra ya muy cerca de una de estas urbanizaciones. Esperemos que, en los años venideros, no lleguen a urbanizarse los cerros que quedan, respetándose así todo un santuario de plantas especialistas y endémicas.
Por desgracia, las dos últimas décadas han traído a Aranjuez un urbanismo salvaje que, impulsado por dos gobiernos municipales ávidos por financiarse mediante la especulación del suelo, se ha tragado enormes extensiones de cerros y tierras bajas. Los chalés de todo tipo, formas y colores, han trepado por las laderas más empinadas, y sólo han dejado de extenderse con el estallido de la burbuja inmobiliaria. El barranco donde fotografiamos los carraspìques se encuentra ya muy cerca de una de estas urbanizaciones. Esperemos que, en los años venideros, no lleguen a urbanizarse los cerros que quedan, respetándose así todo un santuario de plantas especialistas y endémicas.
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