A principios de este mes de octubre hicimos una visita al río Algodor, por debajo de la presa de Finisterre. Este curso fluvial es uno de los tributarios más importantes de la margen izquierda de la cuenca media del Tajo que, en general, no son caudalosos. Esto se debe no sólo al clima, bastante árido, sino a que estos afluentes son cortos y drenan áreas relativamente pequeñas. Además, a diferencia de lo que sucede con los tributarios de la margen derecha (norteños), estos riachuelos meridionales nacen en las elevaciones modestas de los Montes de Toledo, que recogen unos volúmenes de precipitación anual relativamente pequeños.
Con todo, originalmente el Algodor era la suficientemente caudaloso como para permitir la pesca artesanal con redes. Particularmente durante las migraciones reproductivas de bogas y barbos, en primavera, cuando grandes cantidades de estos peces remontaban el río desde el Tajo, para alcanzar sus zonas de desove.
A día de hoy, sin embargo, apenas hay peces en su cauce. Agotado su caudal en los embalses construidos en su cabecera, la corriente del Algodor bajaba este octubre en muy mal estado. No sólo corría apenas un hilillo de agua, sino que éste era verde, muy contaminado por residuos urbanos de los pueblos ribereños.
La visita, eso sí, compensó por el paisaje, interesante por la gran cantidad de cornicabras (Pistacia terebinthus) que crecían en las inmediaciones. Además, muy cerca de la orilla del pobre Algodor, encontramos un diminuto galápago leproso (Mauremys leprosa):
Se encontraba camino del río, con toda seguridad buscando el agua después de emerger del nido. Acababa de eclosionar, porque aún se distinguía parte del saco vitelino en medio del plastrón. Las hembras depositan los huevos en primavera y hasta el mes de julio y, para ello, salen a tierra y se alejan del agua, buscando elevaciones a salvo de las crecidas. En puntos propicios, es frecuente que varias hembras pongan unas muy cerca de otras, formando agregaciones de cría. Una vez enterrados los huevos, se incuban a lo largo del verano y eclosionan a finales de la estación o en otoño. Las puestas más tardías pueden pasar el invierno latentes en el nido, para emerger ya en primavera.
Aunque resistente al frío (los inviernos en la meseta son crudos), esta tortuga acuática necesita veranos cálidos y lo más largos posible. Esto puede explicar que falte en el norte de nuestra península y que no haya colonizado más que áreas pequeñas del sur francés. La mayor parte de los miembros de su familia (Geoemydidae) son tropicales; pertenecen a una antigua estirpe de quelonios cuya cuna evolutiva se encuentra en el sudeste asiático. Nuestro galápago leproso es el geoemídido más occidental, y uno de los que alcanza latitudes más norteñas. Aún así, tiene sus límites.
Liberamos este pequeñín en la orilla del Algodor.
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