martes, 1 de marzo de 2016

DEL TIEMPO Y LEONCITOS DESCONGELADOS

El año pasado unos investigadores rusos anunciaron un descubrimiento de sumo interés paleontológico y biológico. Unos cazadores siberianos se habían tropezado, por casualidad, con dos cachorrillos de león de las cavernas (Panthera leo spelaea o Panthera spelaea) junto al río Uyandina, en Yakutia. La noticia resonó en todo el mundo, dado que los animales, al haber permanecido congelados en permafrost, se habían conservado casi intactos durante más de 12.000 años:


Bueno, tal vez he exagerado un poco al decir que el hallazgo <<resonó en todo el mundo>>. Desde luego, no lo hizo en nuestros medios de comunicación, más inclinados a retransmitir una y otra vez imágenes de una vaca correteando en un prado de Illinois o la sonrisa de un bebé colgada en Youtube. Pero, como decían Martes y Trece en una de sus parodias, no me quiero desviar y menos en público, así que volvamos a nuestros felinos siberianos. Desde luego, esos cachorros son muy importantes para aprender sobre los leones de las cavernas, ya que nos dan información sobre su color, tipo de pelo y otras muchas cuestiones, al conservarse sus tejidos blandos y órganos. 

Y es que el león cavernario siempre ha resultado una especie bastante misteriosa. Aunque se han encontrado esqueletos enteros, muchos restos e incluso representaciones artísticas de los pueblos paleolíticos, hasta hace poco ni siquiera se sabía si eran realmente leones o una especie de tigre, dado el parecido entre los cráneos de unos y otros.


Pero, sí, finalmente eran leones, aunque un tanto diferentes a los actuales. Para empezar, eran de mayor tamaño y sus proporciones eran ligeramente distintas. Existen indicios de que los machos apenas tenían una pequeña crin en el cuello, que no llegaba a ser una melena (que no dejaría de ser un engorro si la nieve se congelaba en una pelambrera tan larga). Aunque, dado que los leones que conocemos actualmente viven fundamentalmente en regiones tropicales de África, puede resultar un poco chocante el hecho de que estos felinos vivieran en ambientes fríos e incluso subpolares. Y es que, durante el Pleistoceno, los leones constituyeron una de las estirpes de felinos de mayor éxito en nuestro planeta. Se diversificaron en una gran variedad de formas que se extendieron por África, buena parte de Asia y Europa. También alcanzaron y colonizaron Norteamérica, a través del Estrecho de Béring, aparentemente en dos oleadas diferentes. El león de las cavernas fue una de las formas de mayor extensión geográfica, ya que llegó a habitar desde las orillas del océano Atlántico hasta Siberia oriental y Alaska. Prosperó en un mundo más frío que el actual, en el que inmensas manadas de herbívoros recorrían las estepas y taigas del Viejo Mundo. Nuestros antepasados los conocían muy bien. Los representaron multitud de veces en sus obras de arte, como tributo a una de las fuerzas más temibles de la naturaleza:


Y, sin embargo, tras adaptarse con éxito a cambios climáticos de diferente magnitud, pese a su fuerza, y capacidad para resistir condiciones muy duras, los últimos leones de las cavernas murieron hace unos 12.000 años. Su extinción coincidió en el tiempo con la de los últimos leones americanos y con el crecimiento de la población humana al acabar la última glaciación. Los últimos leones sobre la faz de la tierra, aquellos que aún abundaban en África y el sur de Asia y de Europa, poco a poco también fueron retrocediendo. Y, en la actualidad, el león africano se considera amenazado de extinción y el asiático se encuentra en una situación crítica. Los grandes predadores que una vez dominaron el mundo, han perdido casi todo y ahora penden de un hilo. De hecho, su futuro depende de decisiones políticas y económicas de una especie muy diferente: la nuestra.

Pero, viendo esos cachorros de león de las cavernas, que parecen nacidos hace unos días, a uno le da la impresión de poder regresar a un momento íntimo de hace milenios. Casi podemos ver esos leoncitos aguardando a su madre en el cubil, justo antes de que los sepultara un corrimiento de tierra. Fuera, la primavera estaría llegando a la planicie del río Uyandina, y los grandes rebaños de renos, caballos y mamuts habrían comenzado ya a cubrir los pastizales. El viento recorría las estepas y hacía temblar los primeros brotes de los sauces y abedules de las riberas. Como venía sucediendo desde hacía milenios. Así era el mundo donde los leones de las cavernas abundaban desde tiempos inmemoriales. Y, sin embargo, todo estaba a punto de cambiar. No sólo por aquel deslizamiento de tierras que acabaría con la vida de los cachorros, preservándolos. Una serie de cambios iban a desencadenarse en breve, acabando con las grandes fieras del Uyandina sin importar lo afilado de sus colmillos y garras. Pronto toda su especie desaparecería para siempre. Tal vez el propio poderío de los leones del norte fuese su punto débil. Porque necesitaban una gran cantidad de presas de buen tamaño. Es decir, dependían del acceso a unos recursos abundantes que proporcionaban un gran retorno energético. El año en que las manadas de herbívoros empezaron a escasear en la planicie, los leones cavernarios comenzaron su declive.

Mucho más incluso que los leones, los seres humanos somos grandes consumidores de recursos y de energía. Particularmente la civilización industrial globalizada en la que vivimos. Los días pasan en una especie de tranquila rutina, como si el mundo siempre fuese a permanecer igual. Ante nuestros ojos, los coches circulan y nos quejamos de la programación de la tele. Observamos con naturalidad las farolas encendidas, los aviones surcan el cielo, no nos parece inaudito que los políticos prometan crecimiento económico. El tiempo pasa mientras las gráficas de la producción de petróleo oscilan cada vez más bruscamente. No nos inquietan sus curvas. Así debía sentirse la leona cavernaria al salir de su cubil aquella primavera, mientras miraba los renos en el valle.

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