miércoles, 2 de noviembre de 2011

UNA DE ANFIBIOS EN LA SERRANÍA CONQUENSE Y ALREDEDORES

El tiempo que pasamos durante el mes de agosto en la Serranía de Cuenca, dio también para explorar algunos rincones en busca de anfibios. Una vez más, recorrimos algunos enclaves húmedos o con pequeños cursos de agua, con resultado desigual. La sierra está compuesta por elevaciones de materiales sedimentarios, que en su mayoría son fácilmente solubles en agua, por lo que los humedales tienden a ser pequeños. No obstante, las lluvias irregulares y en general poco abundantes son recogidas con bastante eficacia por las grandes masas forestales presentes en la zona, y dominadas por el pino negral (Pinus nigra) y, en menor medida, el pino albar (Pinus sylvestris):



Muy cerca del pueblo de Las Majadas, encontramos un charco menguante que resultó ser muy interesante para observar este tipo de animales:




Aunque detectamos renacuajos de sapo partero (Alytes obstetricans), llamaba mucho más la atención la gran cantidad de ranas comunes (Pelophylax perezi) de tamaño pequeño y mediano, que se amontonaban en las orillas para cazar insectos y tomar el sol:






Cuando nos acercábamos al agua, los saltos de decenas de ranas eran un verdadero espectáculo, y en cierto modo nos recordaba que, en un pasado reciente también en el sur y sureste de Madrid este anfibio era extraordinariamente común y abundante. Ya no es en absoluto así.


En cualquier caso, el lugar les era, evidentemente, muy favorable. El charco se encontraba rodeado de pastizales con muy poco arbolado, tal y como prefiere este anuro sediento de sol. Muy cerca también encontramos ranas comunes en un arroyo intermitente, pero en densidades mucho menores. El curso de agua se encontraba densamente cubierto por los árboles, y en ese momento se componía de un rosario de charcones inconexos:




Se trataba de un hábitat subóptimo para esta especie, y no era de extrañar que no encontráramos más de un ejemplar por charcón. Un poco más adelante, dimos con otro arroyo de mayor entidad, que fluía por un fondo de valle en el que se intercalaban arboledas de sauces y pastizales:




Aquí volvimos a encontrar ranas, y en una cantidad algo mayor. Esta pequeña corriente era embalsada en un azud de pequeñas dimensiones, rico en macrófitos acuáticos:




Precisamente entre la vegetación sumergida pudimos ver y fotografiar renacuajos de sapo partero:




La presencia de estas y otras pequeñas presas mantenía una población interesante de predadores, tanto en el azud como en el arroyo. Era el caso de este escorpión de agua (Nepa cinerea):



En los puntos en los que la cobertura del bosque de ribera era menor, y por tanto la superficie recibía mayor insolación, una mayor productividad primaria se traducía en la aparición de macrófitos y algas tapizantes:




No era de extrañar que fuera en estos puntos donde encontramos una mayor cantidad de fauna acuática, y en las inmediaciones, un primer ejemplar juvenil de sapo partero (Alytes obstetricans):




Este anuro primitivo, de la familia Alytidae, vive asociado tanto a masas boscosas como a matorral y áreas agrícolas del norte, centro y este de la península ibérica, así como buena parte de Francia, y algunas regiones de Bélgica, Suiza y Alemania. En el pasado era muy común en Madrid. Por ejemplo, existen citas de mediados del siglo XX a lo largo del valle del Jarama, donde actualmente sólo sobrevive una única población que agoniza en un manantial de Arganda del Rey. El sapo partero también fue, hasta hace muy poco, extraordinariamente común en el entorno del río Tajuña, el sureste madrileño y áreas alcarreñas adyacentes de Cuenca y Guadalajara. Allí, la subespecie endémica Alytes obstetricans pertinax está ahora al borde mismo de la extinción debido a la destrucción de sus lugares de reproducción (manantiales, abrevaderos, fuentes,...). Esta forma especializada era, hace sólo un par de décadas, relativamente abundante en pueblos como Ambite de Tajuña. El declive de estos animales hace que, por un lado, tengamos que ir cada vez más lejos para encontrarlos, y por otro es un síntoma del deterioro acelerado que está sufriendo nuestro medio.

Curiosamente, los anfibios pueden resultar muy adaptables si no se lo ponemos demasiado difícil. Por ejemplo, algunas especies se han adaptado muy bien al nacimiento del río Tajo, en la cercana Sierra de Albarracín. Concretamente, el Monumento al nacimiento del río Tajo (estéticamente una cagada, en mi opinión) se eleva a casi 1.590 m sobre el nivel del mar. A esa altitud la vegetación está constituida por prados alpinos, salpicados (o no) por sabinas rastreras (Juniperus sabina), y bosques de pino albar (Pinus sylvestris):



El lugar está sometido a un clima muy riguroso, con largos inviernos en los que se alcanzan temperaturas muy bajas, y en los que la innivación puede ser muy importante. Originalmente, el Tajo fluía como un arroyo a lo largo de un pastizal con pinos dispersos, pero a algún político aburrido se le ocurrió que era mucho mejor plantar allí un monumento. Se colocaron unas esculturas grises, y la pradera se excavó para hacer un estanque artificial cubierto de cemento. Parte del resultado es esto:



Pues bien, pese a todo, la fauna se ha sobrepuesto al atentado paisajístico (o al menos parte de ella), y en el estanque abundan las ranas comunes:







Resulta curioso que, aunque este tipo de ranas prefiere humedales cálidos de tierras bajas, con el tiempo ha acabado siendo más numerosa en las regiones montañosas más remotas. Y es debido al deterioro de los hábitats acuáticos en áreas humanizadas. Y si la rana común es un ejemplo de esto, más sorprendente aún es el caso de otro anfibio que localizamos en este enclave del nacimiento del Tajo. Se trata de ejemplares recién metamorfoseados de sapillo moteado (Pelodytes punctatus):



Se trata de otro anuro discreto y en general poco conocido, perteneciente a la familia Pelodytidae. Esta familia cuenta con sólo tres especies, una en el sureste del continente Europeo, y dos en el oeste y suroeste del mismo. En España encontramos estas dos especies, siendo una de ellas endémica (Pelodytes ibericus, del suroeste peninsular). En cambio, Pelodytes punctatus se distribuye, además de por el este y noreste de la península ibérica, por algunas regiones de Francia, áreas costeras del noreste italiano y, al parecer, algunos enclaves en Bélgica y Luxemburgo. El sapillo moteado suele hallarse estrechamente ligado a terrenos rocosos calizos, aunque localmente puede aparecer sobre suelos silíceos o ácidos (caso de los Montes de Toledo). Aparte de eso, muestra una cierta preferencia por ambientes abiertos o semiabiertos, incluyendo pinares poco densos, enebrales, sabinares, áreas agrícolas entre cerros calizos, e incluso cerros cubiertos por vegetación esteparia rala (como sucede en los alrededores de Zaragoza). Se reproduce en pequeñas charcas o arroyos de aguas tranquilas y vegetación abundante, pero los adultos son esencialmente terrestres y nocturnos, refugiándose durante el día bajo rocas o en fisuras del terreno.


En Madrid, eran muy conocidas las poblaciones de sapillo moteado del sureste, concretamente las de los cerros yesíferos de los ríos Jarama y Manzanares. Este anfibio aparece citado repetidamente en la documentación sobre la fauna del Parque del Sureste, y en su día fue una de las especies singulares que justificaban la existencia de este espacio protegido. Resulta escalofriante comprobar cómo el hábitat de este animal ha sido meticulosamente destruido desde la creación del Parque, debido básicamente al crecimiento urbanístico demencial de localidades como Rivas Vaciamadrid. Además, la sobreexplotación de los acuíferos ha supuesto que los manantiales en los que se reproducía se han ido secando. Resultaría muy interesante saber si aún sobreviven algunos ejemplares de este anuro en los cerros de la Marañosa, o incluso más al sur, en los cerros al norte de Titulcia.


Lo cierto es que el futuro de esta especie parece ahora más factible en un lugar inhóspito y duro, como el nacimiento del Tajo, que en otros enclaves antaño mejores. Nunca he visto un sapillo moteado en el sureste de Madrid, pese a que allí el hábitat en principio reuniría condiciones mucho mejores. Y es que, una vez más, los anfibios nos dan pistas de la salud del medio en el que también nosotros vivimos.

2 comentarios:

  1. Muchas gracias, me alegro de que te haya gustado. Aún tengo que subir más cosas de la Serranía y el Alto Tajo. A ver si me pongo estos días.

    Saludos

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